sábado, 5 de mayo de 2012

El chip, capítulo décimo

El chip


Capítulo décimo.

Está nevando en las montañas de la cordillera de los Urales, el peso de la nieve curva las ramas de los árboles hacia abajo, todo está blanco, un blanco de nieve, lleva ya varios días con temperaturas bajo cero, apenas animal alguno se ve por los alrededores.

Entre los árboles una casa de leñadores de laque de la chimenea sale bastante humo, seguro que una buena candela lo alimenta.

Dentro de la cabaña varias personas preparando la cena al calor de la candela. La estancia, toda de madera al igual que los muebles, toscos pero robustos y prácticos, todo iluminado por unas pocas lámparas de bajo consumo alimentadas por un pequeño generador y unas baterías instaladas en un pequeño habitáculo también de madera en el exterior de la cabaña, pero con un pequeño acceso por el interior para poder acceder a el en caso de avería o cualquier otra contingencia y no tener que sufrir las fuertes inclemencias del tiempo. Varios ordenadores portátiles sobre las mesas de la cabaña hace pensar que no están incomunicados del todo, pues el teléfono no alcanza por estos recónditos lares.

Los moradores de la cabaña se ven cansados, con fuertes ojeras, como si llevasen varios días sin dormir necesitan descansar, están agotados y con cara de haber fracasado en algo, no hablan entre ellos, todos están pensativos y, aún haciendo la cena, no son capaces de desconectar un rato y descansar de lo que están haciendo.

Una vez lista la cena comen con desgana, pero saben que tienen que comer, saben que si no comen no podrán terminar el trabajo que les tiene allí reunidos, trabajo que cada día se les va complicando y ya no saben como seguir. El agotamiento dificulta el trabajo, el humo de sus cigarrillos ha impregnado toda la cabaña, las paredes, sus ropas, pero ellos ya no notan el olor, pero se distingue una ligera nube de humo en el ambiente cosa que complica la labor del cerebro para aclararse un poco las ideas. Necesitan encontrar la forma de entrar en contacto con los satélites y controlar todo el tráfico de frecuencias y su funcionamiento, todos los intentos hasta ahora han sido fallidos y se nota en sus caras, en sus cuerpos. Están desmoralizados, pero saben que tienen que conseguirlo, pero de momento no saben el como.

Una vez cenados uno sugiere que lo mejor es irse a dormir, descansar y mañana seguir con la mente fresca, cosa que se oponen los demás compañeros de equipo, se empeñan en que tienen que encontrar la solución antes de ir a descansar.

Se vuelven a sentar delante de sus respectivos ordenadores empiezan a buscar algoritmos que les puedan funcionar y volver a intentar la comunicación , pero cualquier intento es en balde. Al final deciden acostarse y descansar para continuar al levantarse.

Los moradores de la cabaña empiezan a levantarse, al abrir las ventanas descubren unos rayos de sol que se filtran por en medio de los árboles y reflejando sobre el blanco la nieve, una mañana maravillosa, ponen la cafetera en marcha para tomar un buen café matutino con un buen desayuno.

Todos están cargados de energía, la mente clara, el buen día que ha amanecido acompaña. Después de desayunar se ponen los abrigos y salen a que les de un poco el aire, se dan un corto paseo por la nieve que les llega por encima de las rodillas y que les dificulta mucho el poder andar con normalidad sin el equipo adecuado. Por lo que deciden volver a la cabaña, al abrir la puerta notan el fuerte olor a tabaco y humo de la cabaña por lo que deciden abrir todo, ventanas y puertas unos minutos para renovar el aire, mientras aprovechan para acarrear un poco de leña que tienen guardad a en un porche exterior y llevarla a dentro para calentar la casa y hacer la comida. Una vez dentro cierran todo para volver su trabajo. Momento en que a uno se le ocurre una idea que comenta con sus compañeros. Todos los satélites tienen una frecuencia secreta y que normalmente no usan más que en casos de emergencia, si conseguimos esta frecuencia quizás nos sea más fácil conectar con el satélite, al no ser conocida no tiene tanta seguridad, pero con un barrido de frecuencias que lancemos al satélite la que nos devuelva señal si no es de las conocidas en las telecomunicaciones de uso común será la frecuencia secreta de los militares.

Se ponen a trabajar en un programa para hacer el barrido de frecuencias y de paso poder recoger las respuestas correspondientes. Una vez que tienen el programa, de una maleta que tienen escondida en un hueco de una pared, hueco que se hable quitando algunas tablas de la pared exterior de la casa, sacan una antena parabólica y el cable correspondiente para poder conectarla a los ordenadores, uno sale un momento al exterior, busca la orientación pertinente, estira el cable y lo entra por la ventana, volviendo a cerrarla, pues sigue haciendo mucho frío.

Ponen el programa en marcha y van observando los resultados que van apareciendo en la pantalla.

Varias horas después han localizado una frecuencia que no tiene nada que ver con las comerciales conocidas por lo que deciden probar con esta, activan el programa decodificador para encontrar la clave del descifrado de la conexión, cosa que tardan bastante y cuando ya empezaban a desesperar “Eureka” logran conectar con el satélite.

Ahora toca otra parte complicada, el tomar el control del satélite y una vez conseguido repetir la operación con todos los demás y mantenerse a la espera.

Mientras unos buscan la forma de controlarlo otros ya se han puesto en marcha para conseguir comunicar con los demás satélites...

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