Capítulo
décimo cuarto.
Un
flamante Ferrari rojo acaba de pasar por el control de un gran
palacio en las afueras de Berlín, día nublado, un jardín
perfectamente cuidado, hasta el más mínimo detalle, el camino hasta
la casa totalmente empedrado, nada de asfalto a la vista, todo el
trayecto rodeado de frondosos árboles que lo reciben como si de un
verde túnel se tratara, imagen preciosa, el contraste del verde con
el rojo en el centro sobre las marrones y brillantes piedras del
camino, al final del trayecto es recibido con la majestuosidad de una
gran palacio de tres plantas y por lo menos 15 ventanas por planta,
enfrente de la entrada una gran placeta adornada con una gran fuente
de cinco piletas en el centro, la caída del agua chocando contra el
agua de la pileta de más abajo le pone música al recibimiento.
El
Ferrari aparca justo delante la entrada donde le espera el mayordomo
vestido de blanco y le acompaña hacia el interior. Una iluminada
entrada con la iluminación de unos grandes ventanales y una gran
escalera de divorciados en el centro (llámese escalera de
divorciados a la escalera que empieza con una sola escalera y luego
se divide en dos). El mayordomo acompaña al viajero a una sala que
tiene justo a la derecha, rodeando y adornando el portal dos grandes
colmillos de elefante, colmillos que llegan hasta la parte superior
de la puerta.
El
mayordomo abre la puerta y una gran librería aparece rodeando todas
las paredes, la estancia es bastante grande y a simple vista miles de
libros en sus baldas se pueden contar. En el centro una mesa de
madera muy bien lacada con incrustaciones de marfil formando lindos
dibujos sobre toda la superficie. Justo detrás una gran silla y al
otro lado dos sillones. El mayordomo le dice al visitante que espere,
sentado si quiera, que en unos minutos vendrá el Sr.
El
visitante se sienta, pero no puede dejar de admirar la enorme
cantidad de libros que en las estanterías se posan por lo que al
poco tiempo de estar sentado no puede resistirse y se levanta para
ver que tipo de libros tiene el Sr. de la casa, puede comprobar que
los libros son bastante antiguos, el primero que coge constata en la
parte inferior la fecha de edición de mil setecientos cuarenta y
ocho, casi se le cae de las manos, pero de emoción. El tener libros
de estos entra las manos no se pude todos los días, si bien no es
por falta de dinero, que de eso tiene, sino por de interés en
general, pero al verlos allí le ha emocionado. Sigue ojeando los
títulos y las fechas y se da cuenta de que la colección en sí es
muy valiosa y que cualquier coleccionista pagaría una gran fortuna
por ella, como la que seguramente pagó su dueño.
Tan
ensimismado con los libros estaba que se sobre saltó cuando escuchó
el ruido de la puerta, un señor muy bien trajeado, con gafas, calvo,
de unos metro ochenta de alto y uso 60 y algo más de edad.
Por
favor, siéntese y hablemos. Voy a ir al grano, usted es forma parte
de los privilegiados que no llevamos chip, también al ser parte de
este grupo sabe que no podemos eliminar a los que no lo llevan
directamente y usted se dedica a este oficio, bastante bien pagado
por cierto. Sabe que últimamente hay grandes desavenencias entre las
familias y que hay que acabar con ello.
En
este sobre hay sus honorarios, la mitad ahora y el resto al finalizar
el servicio, también hay los nombres de quien va a ser su trabajo.
El como es cosa suya, el cuando también, pero cuanto antes mejor.
Por la policía no se preocupe, está completamente controlada, pero
si hay algún accidente tanto mejor, las carreteras, los aviones, los
yates son aparatos muy peligrosos....
Al
cabo de un rato el Ferrari va camino de la puerta de control, pisando
las marrones y brillantes piedras, dejando atrás la maravillosa
fuente de cinco piletas tocando la música al caer de las gotas sobre
el agua, el trino de los pájaros en los verdes frondosos árboles.
La gran puerta metálica se abre sola sin que nadie le haga preguntas
y sale a la calle para seguir su camino hacia alguna parte que solo
el visitante conoce. El rugir del motor se hace sentir al acelerar,
un inconfundible y exclusivo sonido que sólo los Ferraris tienen, es
si sello de identidad, al igual que el “Cavalino rampante” que en
sus morros lleva.
En
pocos segundos alejándose se pierde de vista y el motor se deja de
oír...
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